Aquel
caminante que vi aquella vez, en una tarde sin ninguna diferencia llamativa con
respecto a las demás, de cielo agrietado y de lluvia triste; esas lluvias
diarias a las que nos tiene acostumbrados nuestra taciturna ciudad. Y allí sin más, ese ser que se asemejaba
descaradamente a mí, caminaba, miraba y respiraba con la misma lentitud y la
inseguridad que yo.
Alce
la cabeza, el sol y el agua descubrieron un rostro que se desvanecía entre la
gabardina negra, roída por la falta de emociones y la bufanda que un
desconocido me obsequio. Volví a sentir curiosidad por aquella figura, el pulso
dentro de mi cobro fuerza otra vez como hace muchos años no recordaba
sucediera, pero decidí resistir todos aquellos impulsos humanos, todo aquello
que me acercara a volver a ser un ser tendría que ser malo; pero allí seguía mirándome,
sin inmutarse y sin al parecer sentir mis miedos, mis traumas juveniles.
Y
algo se apodero de mí, de mis sentidos y de mi falta de cordura; el nerviosismo
cobro fuerza y decidí alejarme de allí; de esa fuerza oscura que se presentaba
ante mí, busque aquel callejón negro y depresivo que conducía a casa, ese callejón
que obraba con un filtro, allí terminaba todo contacto con la humanidad, así no llevaría
a mi casa bacterias espirituales y emocionales.
No recuerdo
hace cuanto no me dirijo a una persona, o simplemente no veo de cerca a una, supongo
que son años, o puede que sean siglos; solo camino en la noche entre servicios
de domicilios anónimos, y columnas en revistas que nunca he conocido, pero que
adornan mi entrada cada 23 con su cheque azul y pulido.
Sobrevivo
como cualquier persona, simplemente no tengo contacto con los demás, decidí
despedirme de todo aquello que me reflejara en otras personas, porque no me sentía
parte del imaginario de la raza animal inteligente, así que decidí entregarme a
la misma rutina diaria, levantarme; escribir; el martes en mi puerta están los víveres
que se descuentan del cheque azul y pulido; cenar; dormir; caminar en las
noches.
Y soy
feliz, o supongo serlo, lejos del maltrato a la mente humana que ejercemos como
supuestas personas de pensamiento libre, lejos de la cordura que acedia al
mundo moderno, lejos de mi verdadero yo supongo, de mi yo humano.
Pero ese
día, sentí la necesidad de caminar, de salir en una tarde fría para intentar
verle la cara al sol, ese fue mi único error no seguir con la rutina de toda mi
vida, que me permitía alejarme de todo lo que no me hubiera permitido llegar a
ser el escritor ermitaño y anónimo que era.
Ese día
al ver ese ser mirarme a través del espejo, con esa mirada nerviosa y pérdida,
ubicada dentro de un rostro demacrado y algo sicótico; jamás sentí tanto como
miedo como es día, en el momento en que vi mi figura amorfa en ese espejo.
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