lunes, 11 de noviembre de 2013

DOS ADIOS


La mire. Junto a mí, su cuerpo se  hallaba en paz, completamente puro. Su mirada fija en el techo, reflejaba que me ignoraba. Intente hablarle, pedirle perdón de una y otra manera. Tome su mano y sentí la textura de su piel tirante. La luz que se colaba por la ventana, cómplice de una corriente helada, mostraban lo que quedaba de vida, las botellas, las locuras.
El vodka corría por mi garganta, intentando concentrarme en el siguiente paso. Tome su mano y sentí los últimos resquicios de vida, correr por sus muñecas, recorrer mis manos. Gota a gota, sentía el rojo de su odio y su dolor, dejaban manchas en la sabana de aquel motel. El escuchar el cuchillo caer, me devolvió a la realidad de aquella oscura habitación. Pensé en Raquel, y me puse de nuevo el anillo.
La sabana ya totalmente roja, la cubría ahora totalmente. No podía evitar ver su cuerpo desnudo mientras la envolvía, sentir su piel fría solo generaba en mi mente una multiplicidad de recuerdos. A través de la ventana abierta, veía la noche que pasaba, y veía como las parejas pagaban en la entrada del lugar, por un lugar donde entregarse a la necesidad de amarse, al igual que tantas veces lo hicimos nosotros. Al final, entregados todos al rebusque diario de una pasión que en aquellos hogares grises ya se había perdido, entre las discusiones diarias, o el mismo traje gris que Raquel me hacía poner a diario.
La tome, sentí su peso y por alguna razón mis sentidos se prestaba ante cualquier alteración, mi corazón no latía más allá de su ritmo normal y la verdad es que poco o nada sentía la emoción o los nervios del momento. Curioso era el hecho de que la puerta de la habitación daba directamente al parqueadero donde se encontraba el auto. Las gotas rojas de su vida seguían aun cayendo por entre las fibras de la tela, como si intentaran a toda costa escapar de lo que el destino inminentemente les marcaba.
Cerré el baúl del auto y limpie los restos que había quedado sobre el piso. Me detuve en la puerta de la habitación y por mi mente en tan solo una fracción de tiempo, pasaron los recuerdos de tantos gemidos, de tantas palabras dulces que solo una noche como esta podían permitir. Pero también las sensaciones inmediatas, la resistencia de la carne, el grito silencioso de la vida intentando escapar los embates del metal.
Cuando entre al auto, este ya se había impregnado del olor a ella, su perfume aun intacto se percibía si esfuerzo y eso tan solo pudo sacarme una sonrisa.  Arranque y durante el trayecto, pensé en los motivos, en las búsquedas que a diario nos impones, pero eso ya no importa.
A esa hora, Raquel debía estar esperando mi llegada, estoy seguro que conocía que ella estaba en mi vida, que por aquella mujer ya poco tiempo pasaba en casa y que tenía mucho que ver en mi decisión de irme del todo. Siempre he amado a Raquel, desde aquellas tardes en la facultad en que tomaba mi mano y recitaba versos que nunca entendí, pero que atentamente escuchaba, hipnotizado por el poder mágico de sus labios. Pero también la amaba a ella, ella que era todo lo que Raquel nunca fue, acciones sin pensar más allá de lo que sentía, nada de poesía, era rock and roll en estado puro.
Siempre odie el sentir que engañaba a Raquel, intentaba convencerme que lo que me ataba a las dos era la necesidad de un equilibrio, un nirvana mundano, la utopía de un hombre que no puede sino amar. Pero solo eran excusas para no sentir el remordimiento de ver a Raquel llorando en el balcón, mientras me veía llegar en la madrugada. A ella, eso poco le importaba, más específicamente lo desconocía. Nuestra relación solo existía en aquella habitación.
Con el tiempo el remordimiento de engañar a dos mujeres que me amaban fue cada vez en aumento, decidí después de mucho luchar contra la comodidad en la que en hallaba, alejarme de todo, de ellas y de mí. 
Cuando se lo dije, ella reacciono de una forma que tal vez no esperaba. Tomo mi mano y se arrodillo, abrazo mis pierdas y entre llanto gritaba que antes debía morir que dejarme ir, que los momentos en aquella habitación se habían convertido en su vida, y que solo muerta me dejaría volver a salir.
Raquel esa noche, al escuchar las noticias sobre mi partida, no intento detenerme, en el fondo sabíamos que algún día pasaría. Creía que era culpa de aquella mujer, que por sus embrujos yo había decidido dejar a la mujer con la que me había cazado por ir a buscar aventuras que ni en la juventud había protagonizado. Me dijo que al menos le diera la tranquilidad de conocer el rostro de la mujer a la que debía odiar por el resto de su vida.
Y ahora estoy aquí, frente a la puerta del que hasta hoy será mi hogar. Ella está en mis brazos, envuelta en la sábana blanca que intenta contener la vida que aún se escurre, solo intento hacer feliz a las mujeres que ame. Toco el timbre y dejo el cuerpo en la puerta, y me siento tranquilo de partir habiendo cumplido los deseos que ambas tenían para poder dejarme ir. No le falle a ella con su condición para dejarme partir, y Raquel por fin conocerá el rostro de la mujer que odiara.


¿IRREAL?


- Te has tardado esta noche. Dijo mientras me miraba tomar la primera copa de vino que ya me había servido.
- ¿Louro do Bolo? ¿2005? Vaya elección, siempre has sido de vodka barato. Respondí, mientras el vino se derramaba por mi laringe y producía ese efecto místico, ese don que solo tiene el vino y que ha cautivad a toda la humanidad.
Los días no son normales sin su presencia, me acostumbre a verle a diario y a escuchar sus discursos algo rebuscados a veces, muy iluminados también de vez en cuando. Frente a aquel espejo espero a diario que se presente. No recuerdo la primera noche en que me hablo, pero tampoco recuerdo cuando fue la última vez que salí a la calle. Son los males a los que no he podido encontrarles respuesta.
- No te vez bien esta noche ¿Estas bien? Pregunto con su voz casi imperceptible, pero que para mi llenaba toda la habitación.
- Algo débil tal vez, trastornado por lo que ha pasado. Le respondí titubeando.
- No es bueno que bebas tanto, criatura. Tal vez en tu mente, el alcohol se encargue de desaparecer todo aquello que el sicólogo no soluciona ¿Pero dónde queda la parte en que tu locura te configura? ¿Dónde se guardan los secretos del mundo? si no en la demencia de los hombres. Mi existencia, programada en tu cabeza por la necesidad de encontrar en el mundo una parte de ti que no existe, un efecto involuntario de tu imaginación que me ha creado… Amigo mío, el mundo no es tu lugar, tu lugar es tu mente. Así que hoy deja el alcohol a un lado, aprecia tu pequeña cabeza, recuerda que en este irónico mundo, los dementes son los únicos que ven la verdadera realidad. Dijo, para culminar con una carcajada y hacerme una irónica cara de desprecio, al fin y al cabo él era quien compraba el licor.
 Nunca pensé terminar mi vida frente a aquel espejo, dejando de mi vida a aquellos que traen la comida y compran mis pinturas. Pero así es, aquí estoy, esperándolo, a ese ser, a esa persona que ha acompañado mis delirios por tantos años.
Al principio, las botellas azules de vodka amanecían en la base del espejo, cada noche a medida que las anteriores se agotaban en mi garganta, nuevas llegaban, nunca me pregunto quién las dejaba allí, al fin y al cabo mi cabeza solo razonaba que aquellas botellas eran algo que se podía beber.
Cuando se decidió a hablarme, me pidió que le contara sobre mí. Fue reacio a hablarle, pensé que era culpa de malherida mente, o del accidente en aquel viejo BMW. Después del accidente, nada fue igual, no fui capaz de salir y poco a poco todos aquellos a los que les había confiado parte de lo que soy o de mi obra, se fueron alejando hasta dejarme confinado a este inmenso pero solitario lugar al que intento llamar hogar.
Me dedique a pasar horas discutiendo sobre lo que había pintado en el día con él, frente al espejo. Esperando a que en la noche el licor llegara instantáneamente para enajenarme de la realidad que el dolor me producía. Los doctores decían que el accidente había dañado mis funciones nerviosas y que mi cuerpo exageraba el dolor que las lesiones producían. Con el tiempo descubrí que poco o nada efecto tenían los analgésicos, por más que los doctores y los psicólogos intentaban prescribirme nuevas fórmulas para calmar el dolor. Una vez comprendí que mi cuerpo seguiría tal como estaba, decidí dejar de ver a aquellos que intentaban curarme, me traslade a una bodega en la zona industrial de la ciudad y me perdí en la pintura y en la meditación acerca de lo curiosa que se veía mi cama en la mitad de aquel gran espacio, sola, sola como mi mente.
Hace un par de días que lo espero. He intentado llamarlo, invocarlo, recordarle que existo, aunque todo ha sido en vano. Las horas pasan mientras me veo frente al espejo, rogando que aparezca, tal vez por la compañía, tal vez por las palabras o simplemente porque llevo un par de días sobrio. Tropiezo con las botellas que con el tiempo se han acumulado en las esquinas, y se me es imposible pintar. Esto nunca había pasado, él siempre había estado cuanto lo necesitara, cuan quisiera frente al espejo él se hacía presente y me dedicaba su tiempo. Pero ya no es así, ya no está y el dolor cada vez se agudiza más.
No sé quién es, no sé lo que es o de donde viene. Intento recordar nuestra última conversación y me doy cuenta que me dijo que debía dejar de beber ¿Estuvo todo este tiempo a mi lado, tan solo para decirme que dejara de beber? ¿Para eso fue todo? y aun así, no sirvió de nada… alguien debe salir a comprar más vino.



LOS VISOS DE LA MENTE


El besaba su cuerpo, hacia un par de meses no se veían y la agitación de verla se notaba en el ambiente, habían cenado bajo la luz de las velas y el vestido que llevaba Margot dejaba entrever que a sus 40 el tiempo poco había afectado su cuerpo. Ricardo aún se hipnotizaba viendo el cuerpo de su esposa, no podía hablar y la respiración se le aceleraba. Entre sus pantalones la emoción se notaba, y por un par de horas se olvidaba el poco tiempo juntos, las discusiones y se entregaban al sexo, puro y salvaje, aderezado por el vino de la cena.
Se desnudaron mutuamente y se entregaron a sus cuerpos bañados en lo que creían era amor. El silencio de su hogar, se confabulaba con ellos para que los gemidos de Margot retumbaran a través de todas las habitaciones. La casa, en las montañas a las afueras de la ciudad, era una oda a la opulencia. Su habitación, iluminada gracias a un a ventanal que hacía de pared y daba a un pequeño jardín desde donde se podía ver toda la ciudad, ínfima, rendida a los pies de la pareja.
La había asesinado hace poco, aunque no sabía el motivo. Su mente trabaja en una dimensión distinta, y los cánones que habían tratado de imponer, psicólogos, terapeutas y amigos poco o nada habían afectado lo que las voces en su cabeza le aconsejaban.
La había visto pasar el tiempo en el café donde pasaba las horas viendo la gente. La había visto más de una vez sentarse y ver al techo durante horas. No era una mujer especial no tenía nada atractivo, y pasaba desapercibida, allá por donde pasaba. Pero para él era magnifica, perfecta. En su mente, ella hacia lo mismo que él, tal vez sufría los mismos demonios y por tanto lo entendería.
Luchando por no ser descubierto pero también por no perderla. Llego a su casa y frente a ella espero durante días, no sabía la razón pero algo dentro de sí le decía que no podía dejar ese lugar, esa pequeña banca en el parque de al frente. La tercera ventana del segundo piso siempre se iluminaba a las 8, cuando ella tomaba una ducha y luego partía para el café.
Esa noche, cuando ella llego, algo dentro del ardía, su mente había estallado bajo algún poder psicomistico y la realidad se teñía de un sabor extraño. Hacía mucho su mente no trabajaba tan mal, y el mundo tan solo parecía una extraña mezcla de voces y autos que pasaban. Subió hasta el segundo piso, dificultosamente se ubicó y golpeo un par de veces en la puerta del apartamento. Cuando la puerta se abrió, cuando por primera vez la vio de cerca, su mente simplemente no supo que hacer. Ella debía ser suya, era su pareja en el mundo.
 Comenzó a gritarle y a gritarle como compartían los mismos problemas. Alarmada, ella no supo si no amenazarlo con llamar a la policía, le gritaba loco y desquiciado, le suplicaba que la dejara en paz, que ella no sabía de qué hablaba. Tenía un nudo en la garganta, nunca espero escuchar eso de aquella mujer que pasaba las horas viendo la gente pasar el aquel café. Algo debía estar mal.
Las voces en su cabeza se contradecían, algunas decían que era ella pero que su mente le estaba jugando pasadas, que al fin y al cabo estaba loca. Otras le decían que ella lo había engañado, que era una farsante y que debía ser castigada. La lógica del mundo no funcionaba, la lógica en si para las voces en su mente eran inventos de una vida que no conocían.
Cuando su mente se tranquilizó y las voces y las imágenes se había despejado, sostenía un cerebro en sus manos y un cuerpo yacía inerte en el piso.
La noche ha sido magnánima para ellos, como si el amor se hubiera confabulado con el sexo para hacer esta una noche perfecta. Allí estaba ellos, abrazados bajo la luz de la una que se colaba por el ventanal. Estaba extasiados por la vida, por si mismo, unidos por vinculas más allá de la cordura.
Un sonido extraño perturbo la calma que el amor dejaba, se levantaron y exaltados vieron como frente a ellos, iluminado por la ciudad que se despertaba al ver el amanecer, un joven cargaba un cuerpo en su propio jardín. No sabían que hacer, el cuerpo se les helo, habían construido aquel paraíso para alejarse de las realidades del mundo, y ahora, ahora alguien tenía un muerto en su patio. Cuando intentaron reaccionar y un grito alerto al joven que caminaba de un lado al otro del jardín, un cerebro golpeo el ventanal.