La mire. Junto a mí, su cuerpo se hallaba en paz, completamente puro. Su mirada
fija en el techo, reflejaba que me ignoraba. Intente hablarle, pedirle perdón
de una y otra manera. Tome su mano y sentí la textura de su piel tirante. La
luz que se colaba por la ventana, cómplice de una corriente helada, mostraban
lo que quedaba de vida, las botellas, las locuras.
El vodka corría por mi garganta, intentando
concentrarme en el siguiente paso. Tome su mano y sentí los últimos resquicios
de vida, correr por sus muñecas, recorrer mis manos. Gota a gota, sentía el
rojo de su odio y su dolor, dejaban manchas en la sabana de aquel motel. El
escuchar el cuchillo caer, me devolvió a la realidad de aquella oscura
habitación. Pensé en Raquel, y me puse de nuevo el anillo.
La sabana ya totalmente roja, la cubría
ahora totalmente. No podía evitar ver su cuerpo desnudo mientras la envolvía,
sentir su piel fría solo generaba en mi mente una multiplicidad de recuerdos. A
través de la ventana abierta, veía la noche que pasaba, y veía como las parejas
pagaban en la entrada del lugar, por un lugar donde entregarse a la necesidad
de amarse, al igual que tantas veces lo hicimos nosotros. Al final, entregados
todos al rebusque diario de una pasión que en aquellos hogares grises ya se
había perdido, entre las discusiones diarias, o el mismo traje gris que Raquel
me hacía poner a diario.
La tome, sentí su peso y por alguna razón
mis sentidos se prestaba ante cualquier alteración, mi corazón no latía más
allá de su ritmo normal y la verdad es que poco o nada sentía la emoción o los
nervios del momento. Curioso era el hecho de que la puerta de la habitación
daba directamente al parqueadero donde se encontraba el auto. Las gotas rojas
de su vida seguían aun cayendo por entre las fibras de la tela, como si
intentaran a toda costa escapar de lo que el destino inminentemente les
marcaba.
Cerré el baúl del auto y limpie los restos
que había quedado sobre el piso. Me detuve en la puerta de la habitación y por
mi mente en tan solo una fracción de tiempo, pasaron los recuerdos de tantos
gemidos, de tantas palabras dulces que solo una noche como esta podían
permitir. Pero también las sensaciones inmediatas, la resistencia de la carne,
el grito silencioso de la vida intentando escapar los embates del metal.
Cuando entre al auto, este ya se había
impregnado del olor a ella, su perfume aun intacto se percibía si esfuerzo y
eso tan solo pudo sacarme una sonrisa.
Arranque y durante el trayecto, pensé en los motivos, en las búsquedas
que a diario nos impones, pero eso ya no importa.
A esa hora, Raquel debía estar esperando mi
llegada, estoy seguro que conocía que ella estaba en mi vida, que por aquella
mujer ya poco tiempo pasaba en casa y que tenía mucho que ver en mi decisión de
irme del todo. Siempre he amado a Raquel, desde aquellas tardes en la facultad
en que tomaba mi mano y recitaba versos que nunca entendí, pero que atentamente
escuchaba, hipnotizado por el poder mágico de sus labios. Pero también la amaba
a ella, ella que era todo lo que Raquel nunca fue, acciones sin pensar más allá
de lo que sentía, nada de poesía, era rock and roll en estado puro.
Siempre odie el sentir que engañaba a
Raquel, intentaba convencerme que lo que me ataba a las dos era la necesidad de
un equilibrio, un nirvana mundano, la utopía de un hombre que no puede sino
amar. Pero solo eran excusas para no sentir el remordimiento de ver a Raquel
llorando en el balcón, mientras me veía llegar en la madrugada. A ella, eso
poco le importaba, más específicamente lo desconocía. Nuestra relación solo
existía en aquella habitación.
Con el tiempo el remordimiento de engañar a
dos mujeres que me amaban fue cada vez en aumento, decidí después de mucho
luchar contra la comodidad en la que en hallaba, alejarme de todo, de ellas y
de mí.
Cuando se lo dije, ella reacciono de una
forma que tal vez no esperaba. Tomo mi mano y se arrodillo, abrazo mis pierdas
y entre llanto gritaba que antes debía morir que dejarme ir, que los momentos
en aquella habitación se habían convertido en su vida, y que solo muerta me
dejaría volver a salir.
Raquel esa noche, al escuchar las noticias
sobre mi partida, no intento detenerme, en el fondo sabíamos que algún día
pasaría. Creía que era culpa de aquella mujer, que por sus embrujos yo había
decidido dejar a la mujer con la que me había cazado por ir a buscar aventuras
que ni en la juventud había protagonizado. Me dijo que al menos le diera la
tranquilidad de conocer el rostro de la mujer a la que debía odiar por el resto
de su vida.
Y ahora estoy aquí, frente a la puerta del
que hasta hoy será mi hogar. Ella está en mis brazos, envuelta en la sábana
blanca que intenta contener la vida que aún se escurre, solo intento hacer
feliz a las mujeres que ame. Toco el timbre y dejo el cuerpo en la puerta, y me
siento tranquilo de partir habiendo cumplido los deseos que ambas tenían para
poder dejarme ir. No le falle a ella con su condición para dejarme partir, y
Raquel por fin conocerá el rostro de la mujer que odiara.
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