jueves, 9 de mayo de 2013

EL DOLOR DE UN NOBEL, EL DOLOR DE UN GENIO.


Colombia es un país de matices, de extremos. Un país donde puedes esperar lo más sublime y lo más mísero, en cada uno de los aspectos de la vida. Marcados por teorías de superación como “la malicia indígena” y otras vivezas, nos hemos convertido en un país de malas replicas, de malas copias patrocinadas por el pueblo. No existe ningún campo de la vida colombiana en que estos casos no se den, y la literatura tampoco está exenta de esto.
A lo largo de la historia patria hemos visto como las corrientes literarias, ya sean propias o importadas, han sido exprimidas de formas viles; hasta convertirlas en mutantes, seres mórficos que se mantiene vivos por si mismos a pesar de sus formas grotescas e ilegibles.
Tal vez sería demasiado crudo e inoportuno el considerar que la literatura colombiana ha mitificado ciertos seres, pero así es. ¿Maestros? Si, genios también, pero convertido en dioses por los mismos escritores, por los medios e incluso por el ciudadano de a pie.
El porqué de esta idiosincrasia y la razón por la cual las grandes ideas de la literatura colombiana se han vuelto en su contra, se puede referenciar claramente en dos grandes escritores de este país: Gabriel García Márquez  y Fernando Vallejo.
Gabo” considero oportunamente tal vez, el mayor escritor colombiano de la historia, es también el causante, sin ninguna intención, de uno de los mayores daños que se le haya podido causar a la lengua escrita en Colombia. Un estancamiento de más de 30 años, un estancamiento que hoy por hoy aún se sigue presentando. Es ese el legado maldito de “Cien años de soledad” un legado, una forma de hablar, un paisaje literario en el que el escritor se ha muerto.
Si, “Gabo” creo un universo en sus letras. Macondo fue y será uno de los mundos imaginarios más reales que existen. Pero a diferencia de la mayoría de países de Latinoamérica, Colombia ha decidido quedarse en lo cómodo, en lo funcional, en el macondo que conocían. Y esto es explicable en la vida diaria del colombiano, no es cuestión de un escritor o de un grupo de intelectuales. Somos un país que no arriesga, un país reacio a los cambios.
Y aunque pueden encontrarse un millar de motivos sobre esta cultura de lo fácil, debemos centranos de los motivos netamente literarios que podrían generar dicho estancamientos.
Primero, la ya nombrada mitificación; los escritores de nuestro país, se han dejado ocultar bajo la sombra de un “Elegido” y bajo esta sombra han tomado su legado de una manera repulsiva y lo han convertido en algo propio. Caso claro de ello, es que muchas veces para intentar explicar algún estilo, momento de la historia, o tan solo para contar una anécdota personal, su único recurso es apelar una historia en la cual “Gabo” sea el inspirador, el actor o el creador.
Segundo, el Realismo mágico como base para relatar una historia que ya no es la de los 70`s y el abuso de este género literario. Claro, es estúpido intentar generalizar y decir que todo aquello que se ha creado desde la publicación de “Cien años de soledad” sea basado casi en la línea con las formas de la novelas.
No se puede negar la influencia, seria ignorar la fuerza con la que la obra llego a nuestra cultura. Tampoco el renegar de ella  y promulgar que ha sido el peor mal de nuestra historia, al contrario, dicha novela es nuestra obra máxima, es y deberá ser la biblia del ser colombiano. Pero como todas las grandes obras, debe y deberá existir un punto en que su influencia se limite para que no termine determinando todo aquello que nazca después.
Somos un país que necesita héroes, que necesita alegrías, eso es imposible de negar. Pero algún día tal vez debamos aprender que es necesario que nuestros héroes solo inspiren hasta cierto punto, evitando así que muten en dioses, evitando que su obra sea corrompida por la necesidad de un país de necesitados.
“Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años: "Porque el mundo se está acabando".”[1]
El caso de Fernando Vallejo es bastante similar, pero también más oscuro y más mórbido. Desde que se publicara “El desbarrancadero” y “La Virgen de los sicarios” el amarillismo colombiano ha descubierto su razón de ser (debe aclararse que dichas novelas no son en ningún caso muestras de amarillismo morboso, al contrario son una muestra más que digna de la realidad de su época) pero el éxito de dichas novelas, de películas como “La Vendedora de rosas” y “María llena eres de gracia” convirtió el horario prime de los canales colombianos, en un “reflejo” comercial de nuestra historia social.
Así pues, escritores ávidos de popularidad, recurren de nuevo a la forma fácil del éxito. En la última década nos hemos llenado de novelas basadas en putas, puteadas y balas. Y “La Virgen de los sicarios” madre inconsciente de esta generación de narco escritores, que nació a su vez como una muestra realidad, ha tenido que ver como sus hijas bastardas se han convertido en odas a los sicarios, a los narcos, a los paras, y todos nuestra fauna autóctona.
A cada novela, o intento de esto, le llega su reproducción televisiva en pocos meses. No es difícil pensar quienes insistan a escritores y editoriales a crear dichas obras, dada la mitificación del escritor colombiano, si está basada en un libro, debe ser bueno.
Y mientras tanto, todos aquellos escritores que intentan de una manera y otra, representar otros aspectos de la vida colombiana, que a pesar de no contar con AK-47 y pases de “perico” son más dignos aun del impulso que puedes darle el verse publicados, se ven aplastados por la horda de futuras telenovelas.
No queda ya mucho por discutir. Somos esclavos de nuestros ídolos. No somos dignos de los talentos que el caos nos ha regalado. Hemos convertido todo aquello que nos han dado en seres raros, sucios y dignos de una portada en cualquier periódico amarillista.
No solo es García Márquez, no solo es Vallejo. Jorge Isaac, y para todo aquel escritor que haya visto sus personajes convertirse en la inspiración facilista de los nuevos escritores de este país, de los cuales espero no incluirme, mis más sentidas disculpas.
"No concibo otra forma de escribir que en primera persona. Es la única real y sincera, porque ¡cómo va a saber un pobre hijo de vecino lo que están pensando dos o tres o cuatro personajes! ¡No sabe uno lo que está pensando uno mismo con esta turbulencia del cerebro va a saber lo que piensa el prójimo!"[2]


[1] Gabriel García Marquez, 16/12/1980,Notas de Prensa 1980–1984, Mondadori- España
[2] Fernando vallejo, (Los días azules).

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