martes, 6 de enero de 2015

TOMBOLA


Le vi recorriendo el campo con el balón pegado a la pierna izquierda, una mirada agónica de miles esperaban que el recorrido se acortara segundos, que el pitido se demorara una eternidad, que la red retumbara con el coro de sus cantos, que las lágrimas rodaran solo al celebrar. El villano de negro, siempre el de negro, 3 veces suena, silencio.
Los pasos retumbaban escalas abajo, aún más profundo, los suspiros de resignación de 11 guerreros heridos por el orgullo, con el sudor como sangre y con las heridas marcadas en el uniforme, se escuchaban en toda la ciudad. Entre la gente, cada sensación se convertía en opinión y la necesidad de encontrar respuesta a una esperanza que siempre terminaba destruida se hacía propia de las calles.
Y aunque al final se olvida, aunque al final siempre vuelven esas pisadas, ahora escaleras arriba, con la mirada en alto y la esperanza renovada, dispuesta a luchar como cada domingo, a darlo todo en cada grito; no se puede olvidar aquel pitido o aquel sonido de golpear el travesaño. Los que bajan del inframundo a batallar de nuevo, como los inmortales que aun siendo derrotados renacen una nueva vez en busca de escuchar aquel grito de salvación. Ellos no pueden recordar, se preparan para dar la vida en esos minutos que a veces parecen más cortos que un latido y a veces más largos que la existencia misma.

Saltan, rezan, intentan mantener la calma. Cuando salen de aquel infinito túnel, han entrado a un nuevo mundo, a otra dimensión donde a vida tiene un propósito claro y todo es tan finito como la energía y la entrega. Están frente a frente a sus rivales, dándoles la mano a quienes tendrán el honor de enfrentar. Mirada al centro, respiración contenida, a pesar de que sobre ellos están millares, ellos están solos, destinados a continuar, a no desfallecer aun en las peores situaciones. Un pitido, la lucha por sobrevivir, por ser, por satisfacer a los que suben los escalones, empieza. 

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