sábado, 29 de septiembre de 2012

BOGOTA, PARIS, BUENOS AIRES,




No son las mismas noches en esta ciudad, no son tan oscuras ni tan excitantes, son frías como el viento o las canciones que antaño escuchaban los viejos, viejos que aun camina por las plazas pero que ven y sienten las murallas que la historia les ha impuesto a la fuerza, mitos destruidos y leyendas que se desmoronan lenta y dolorosamente.
Como si Gardel fuera una leyenda del medioevo, como si los vallenatos no hubieran existido; una noche totalmente diferente, una oscuridad distinta, entre boliches tangueros y cantinas de barrio, a Buenos Aires y a Bogotá, las une el olvido.
Y aquí estoy yo, que no conocí a nadie, que no viví las historias que en los libros roídos alguna vez encontré, pero viviendo las mismas noches, los mismos miedos… comparando noches, sintiendo lo lejos que esta mi querida y menospreciada Bogotá, ajena a sus contradictores se alza inmune a cualquier palabra hiriente, y se muestra única, maravillosa, arrogante ante quien intente destruirla, para entregarnos esa maravillosa noche, una noche única, oscura, privada, inspiradora; peligrosa, pero excitante, simplemente única.
Son muchas similitudes las que unen Bogotá a Buenos Aires, pero también son millones las que las hace únicas, entre ellas y entre cualquier ciudad del mundo.
Irónico, una ciudad que intenta ser más europea que las europeas y aun así se siente orgullosa de eso, y otra que nunca ha sido ni el ápice de una europea y aun así, intenta hacerlo sin sentirse orgullosa, es la utopía de lo que nos hace latinos, lo que nos hace ser lo que somos, para bien o para mal.



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