No son las mismas noches en esta ciudad, no son tan
oscuras ni tan excitantes, son frías como el viento o las canciones que antaño
escuchaban los viejos, viejos que aun camina por las plazas pero que ven y
sienten las murallas que la historia les ha impuesto a la fuerza, mitos
destruidos y leyendas que se desmoronan lenta y dolorosamente.
Como si Gardel fuera una leyenda del medioevo, como
si los vallenatos no hubieran existido; una noche totalmente diferente, una
oscuridad distinta, entre boliches tangueros y cantinas de barrio, a Buenos
Aires y a Bogotá, las une el olvido.
Y aquí estoy yo, que no conocí a nadie, que no viví
las historias que en los libros roídos alguna vez encontré, pero viviendo las
mismas noches, los mismos miedos… comparando noches, sintiendo lo lejos que
esta mi querida y menospreciada Bogotá, ajena a sus contradictores se alza
inmune a cualquier palabra hiriente, y se muestra única, maravillosa, arrogante
ante quien intente destruirla, para entregarnos esa maravillosa noche, una noche
única, oscura, privada, inspiradora; peligrosa, pero excitante, simplemente
única.
Son muchas similitudes las que unen Bogotá a Buenos
Aires, pero también son millones las que las hace únicas, entre ellas y entre
cualquier ciudad del mundo.
Irónico, una ciudad que intenta ser más europea que
las europeas y aun así se siente orgullosa de eso, y otra que nunca ha sido ni
el ápice de una europea y aun así, intenta hacerlo sin sentirse orgullosa, es
la utopía de lo que nos hace latinos, lo que nos hace ser lo que somos, para
bien o para mal.
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