-¿Recuerdas cuando
podías escribir sin esforzarte, cuándo de tu mente palabras salían como si en
el mar, la sangre de la cordura se derramara? Eran buenas épocas, eran tiempos
en que no sentíamos el rigor de ser reales. Ayer, cuando nos vimos por última
vez me dijiste que no pensara, que no meditara tanto tus palabras. El problema,
mi único problema, es que ya no recuerdo tu discurso.
Los
discursos vagos frente a aquel hombre se perdían en un vasto campo árido. A las
7:23 a.m. de una mañana que no recuerdo, un día aleatorio en una mente nada
organizada.
Me
levante como siempre, inundado por miles de ideales que con la primer taza de
café del día se irían directo a la basura. Como pude me vestí con un traje de
cordura que se amoldaba de una forma rara a mi pelvis psicoanalítica. El sol,
dibujado con trazos infantiles en mi ventana cubierta, se dejaba ver como un
tirano por una rendija que naba directo a mi tobillo, odio la luz del sol dando
cada mañana en mi dulce y suave tobillo.
Pero
soy yo, y yo tengo una vida aunque el mundo se empeñe en negarla y yo, en
destruirla. Segunda taza de café, irlandés ahora. Mientras escucho por la radio
las noticias del caótico trafico bogotano, decido que al igual que las 3
mañanas anteriores, no necesito ducharme, al fin y al cabo nadie vendrá a
verme. Estoy vestido de traje y corbata, aunque no vaya a salir a la calle, es
una terapia para creerme el rey de esta ciudad, un empresario del vagar, de la
copa de vino, del estar sentado todo el día en un cómodo sofá.
- ¿recuerdas cuando al
mirar el espacio negro entre tu cordura y la bendición de dios, veías senos y
dragones ingiriendo aristócratas subliminales? Eran tiempos reales, ajenos y
gloriosos ¿pero eran? ¿Son? ¿Somos? Cantamos de a dos, versos anacrónicos de
serpientes taciturnas, los dos, dependientes del vomito sideral que una mente
insensata escribe.
Cuando
la perfección de mi incomodidad se asienta sobre lo tallado de mi psicosis, el
caminar es una forma de no sentir más presión sobre mis pestañas blancas. Lejos
de mi ser, caminar sin dejar de estar sentado, hasta que duelan los pies, hasta
que sangren mis ideas. Las manos en los bolsillos, la capota, los audífonos.
Siempre intentare alejarme de todos, de mí, de ustedes. Añoro los espacios
cerrados, pequeños, donde casi ahogo mi ser y me dedico a ser parte del espacio
negro que las paredes me presentan. Odio la luz, odio la esperanza de estar
vivo sin razón para ser.
He
pasado horas en baños públicos, en sillas de buses que van a ninguna parte.
Sobresalen en mis memorias, vacíos inolvidables. Las excusas predecibles o las
mentiras maravillosas, de mi boca palabras no se inmutan. Aquí, las personas
del camino, lentamente su mirada fijan en mí caminar descuidado.
Soy
yo y mi forma despectiva de caminar hacia recoleta mientras maldigo la
existencia de los huecos sobreestimados. Perros callejeros se agrupan a mí
alrededor para recoger pequeñas migajas de autoestima, que se caen al ver las
parejas pasar.
-¿Por qué el vino te
recuerda a la sangre?
-¿Por qué la
respuesta hará que dudes de mi cordura?
-¿Qué? ¿Por qué dudas acerca de mi
confianza en tu cordura?
-porque estoy
loco, y lo sabes.
No somos muchos con
manos inútiles, con mentes batalladoras. Recuerdo la mañana en que todo era más
sencillo, la respiración más pausada y la gastritis menos frecuente. No es
normal que el vino me sepa a odio, pero el recuperar mis memorias vale lo que
vale el dolor en las pupilas.
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