miércoles, 10 de julio de 2013

RECORDAR, HOY INTENTARE RECORDAR.


-¿Recuerdas cuando podías escribir sin esforzarte, cuándo de tu mente palabras salían como si en el mar, la sangre de la cordura se derramara? Eran buenas épocas, eran tiempos en que no sentíamos el rigor de ser reales. Ayer, cuando nos vimos por última vez me dijiste que no pensara, que no meditara tanto tus palabras. El problema, mi único problema, es que ya no recuerdo tu discurso.
Los discursos vagos frente a aquel hombre se perdían en un vasto campo árido. A las 7:23 a.m. de una mañana que no recuerdo, un día aleatorio en una mente nada organizada.
Me levante como siempre, inundado por miles de ideales que con la primer taza de café del día se irían directo a la basura. Como pude me vestí con un traje de cordura que se amoldaba de una forma rara a mi pelvis psicoanalítica. El sol, dibujado con trazos infantiles en mi ventana cubierta, se dejaba ver como un tirano por una rendija que naba directo a mi tobillo, odio la luz del sol dando cada mañana en mi dulce y suave tobillo.
Pero soy yo, y yo tengo una vida aunque el mundo se empeñe en negarla y yo, en destruirla. Segunda taza de café, irlandés ahora. Mientras escucho por la radio las noticias del caótico trafico bogotano, decido que al igual que las 3 mañanas anteriores, no necesito ducharme, al fin y al cabo nadie vendrá a verme. Estoy vestido de traje y corbata, aunque no vaya a salir a la calle, es una terapia para creerme el rey de esta ciudad, un empresario del vagar, de la copa de vino, del estar sentado todo el día en un cómodo sofá.
- ¿recuerdas cuando al mirar el espacio negro entre tu cordura y la bendición de dios, veías senos y dragones ingiriendo aristócratas subliminales? Eran tiempos reales, ajenos y gloriosos ¿pero eran? ¿Son? ¿Somos? Cantamos de a dos, versos anacrónicos de serpientes taciturnas, los dos, dependientes del vomito sideral que una mente insensata escribe.

Cuando la perfección de mi incomodidad se asienta sobre lo tallado de mi psicosis, el caminar es una forma de no sentir más presión sobre mis pestañas blancas. Lejos de mi ser, caminar sin dejar de estar sentado, hasta que duelan los pies, hasta que sangren mis ideas. Las manos en los bolsillos, la capota, los audífonos. Siempre intentare alejarme de todos, de mí, de ustedes. Añoro los espacios cerrados, pequeños, donde casi ahogo mi ser y me dedico a ser parte del espacio negro que las paredes me presentan. Odio la luz, odio la esperanza de estar vivo sin razón para ser.
He pasado horas en baños públicos, en sillas de buses que van a ninguna parte. Sobresalen en mis memorias, vacíos inolvidables. Las excusas predecibles o las mentiras maravillosas, de mi boca palabras no se inmutan. Aquí, las personas del camino, lentamente su mirada fijan en mí caminar descuidado.
Soy yo y mi forma despectiva de caminar hacia recoleta mientras maldigo la existencia de los huecos sobreestimados. Perros callejeros se agrupan a mí alrededor para recoger pequeñas migajas de autoestima, que se caen al ver las parejas pasar.
-¿Por qué el vino te recuerda a la sangre?
-¿Por qué la respuesta hará que dudes de mi cordura?
-¿Qué? ¿Por qué dudas acerca de mi confianza en tu cordura?
-porque estoy loco, y lo sabes.

No somos muchos con manos inútiles, con mentes batalladoras. Recuerdo la mañana en que todo era más sencillo, la respiración más pausada y la gastritis menos frecuente. No es normal que el vino me sepa a odio, pero el recuperar mis memorias vale lo que vale el dolor en las pupilas.

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