En el tiempo de la muerte, la cama me llama. Que siempre
el tiempo me miente y la mente no es lo que pienso que soy ¿que soy? Yo en este
mundo inmundo, impuro y sin apuro, cambiando el auto cada día, sin pensar lo
que me espera en la vía.
Ayer recorrí tu casa, como la masa del olvido que soy,
que fui, que seré. No erre, camine, mire
y sentí cada paso que daba, la arena en mis pies se contaba de a diez, el juez
en la esquina me miraba, juzgando. Hay señores
mayores con muchos dolores, los malditos doctores. Y yo aquí escribiendo para
ti, la carta de los compositores mediocres, no llores, si autores anteriores
murieron en las manos de este mismo jardín, purulento y asqueroso. Bañado en
toda suerte de mentiras ¿No lo miras? ¿No respiras? Si me admiras, deliras o
expiras, todo está aquí en mi alma condenada al destierro intergaláctico, a
tres pasos de tu casa.
¿Fue por tu muerte? Pero aunque el sabio despierte, sé
que es inocente, culpable yo y mi mente inerte. Que ella conteste, en su
entripado estilo burlesco y juguetón, que deje la consola y salte del
televisor, que responda ante todos ustedes, juzgado hipócrita, que ella aún sigue
viva. Mis restos no están en ningún cementerio, porque aquí hablando de todo
lo blando de mi alma, estoy.
Y ahora que todo termina. Que te tengo a ti, mi fémina,
cada esquina me ilumina, me domina y me examina, me deja disfrutar de las hojas
de tu cuerpo y de los dedos de tu espalda, de los labios carmesí o negro muerto
cuando despierto. Cubierto del desierto me convierto en el experto de lo incierto
y aun así, no dejo de ser un inexperto de la vida, soy quien olvida toda causa
incomprendida, el revolucionario de la lata de gaseosa, del billete de dólar y
la dama desnuda.
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