La gente va y viene de la barra. Salen al balcón,
prenden un cigarro y hablan con sus parejas mientras la noche pasa y la música
resuena en las paredes del pequeño apartamento. No sé qué piensa la gente que
arma estas cosas. Es estúpido en realidad pensar que un montón de personas
desconocidas se relacionen en 70 metros cuadrados, como si lo pesado del
ambiente nos hiciera más sociales o más humanos.
Me fijaba en la puerta cada
tanto para ver si ella aparecía de la nada, con el pelo rojo, el vestido negro
que le gustaban tanto y las botas que le hacían ver más ruda de lo que en
realidad era.
Saco el celular, busco su nombre y la llamo, el
timbre varias veces y, correo de voz. Lo vuelvo a intentar, y luego, nada. Es
normal en ella perderse, perderse de mí y del tiempo, no sé si está mal que la
espere o simplemente no importa que me haga hacerlo, al final ella era la voz
de la conciencia de ella. Las decisiones, las ideas y lo que importaba tenían
en ella más razón que en mi cabeza, o eso creo.
Aun así, me gusta estar pendiente de ella, nunca
sobrara una llamada de más para saber cómo se encuentra o si se ha metido en
algún problema. No sería raro, la última vez que salimos discutió dos horas con
una señora porque no le gustaba la forma en que su pelo se movía en el viento.
Sigo mirando a la gente, absorto a veces en sus
conversaciones, a veces en la puerta. En el equipo de sonido improvisado suena “tú eres tú” de Willie Colón, las
personas bailan entrelazadas y se mueven al ritmo de la música. Yo tarareaba de
una forma extraña la canción y me acomodaba para dejar pasar la gente que
intentaba escapar del tumulto para ir al baño o para ir a alguna de las
habitaciones a disfrutar de las ventajas de conocer a un desconocido en medio
de bastante alcohol. La puerta se abre de vez en cuando y entran parejas que
saludan a la dueña del apartamento y se presentan aleatoriamente, de vez en
cuando alguien me saluda aunque no sé si lo conozco o no, estoy acá por ella,
ella fue la que insistió en que viniéramos, su amiga cumplía años y era una
obligación de nosotros venir.
Pero ella era así, quizás solo quería hacerme pasar
un mal rato y luego reírse de sus amigas de cómo había pasado 3 horas sentado
en un sofá mientras hacía “mala geta”. Eso es lo mejor, nunca puedo saber que
es lo próximo que espera, es capaz de lo mejor y de lo peor, de armar el plan
más truculento y retorcido de la vida con tal de poderse reír y luego olvidar
todo por completo y llamar llorando por que no sabe en qué parte de la ciudad
se encuentra. Cuando recién le conocía, me llamo asustada diciendo que estaba
perdida, se puso histérica cuando le dije que le preguntara a la gente en donde
se encontraba, al final en medio del llanto solo pudo decirme con voz de niña
regañada, que toda la calle olía a café tostado. Luego de un rato pude pasarla
a buscar a la 13 con Boyacá y estaba sentada a lado de una señora sin hogar,
mientras jugaba con sus perros y se reían de algo que supongo tenía que ver con
burlarse de mí. Se subió al carro, me miro mal y me regaño por haberme tardado
tanto, prendió la radio y empezó a cantar, dos cuadras después me estaba
consintiendo y preguntando sorprendida como había adivinado donde estaba.
Es rara, ya lo sé, inestable, lo es aún más, es
difícil estar a su lado, aunque lo vale. Sonríe como nadie, aunque sea difícil
hacerla sonreír. Vuelvo a mirar el celular, 2:06 de la mañana, ya es demasiado
tarde, quizás no vendrá. Me levanto del sofá por primera vez en la noche,
camino hacia donde se encuentra la dueña del apartamento y le pregunto si sabe
algo de ella, me responde sorprendida que no tiene idea. Me despido, le digo
que le escribiré apenas sepa algo de ella. Tomo mi chaqueta y salgo por la
puerta que mire durante un par de horas, es extraño, ahora parece más grande,
más pesada. La luz del pasillo, golpea mis ojos y me deja ciego por unos
segundos, unos segundos que parecen largas horas, pasan en mi mente mil ideas
sobre cómo esta ¿Y si en realidad le paso algo? Es una chica fuerte en verdad,
yo soy un enclenque a su lado, aunque pese 20 kilos más. Aun así, tengo miedo,
miedo de cualquier cosa, de la calle, de la noche, de la gente, de ella. Bajo
lentamente las escaleras desde el piso 12, algo en mí no me deja salir y correr
a buscarla ¿Dónde podría encontrarla? En su casa no está, su madre me respondió
que hacia unas horas había salido, sonaba también preocupada, eso no ayuda.
Bajo hasta el primer piso, las piernas me duelen
aunque eso no me importa, la puerta del pasillo se abre, puede ser ella, no lo
es. Una señora de edad y el que parece ser su nieto entran – Buenas noches – Le
digo. Me sonríe, sigue su camino. Salgo del edificio, salgo del conjunto. La
Bogotá de la noche es casi tan rara como ella ¿Ahora? No lo sé ¿Voy a la
policía? No lo sé.
Camino hasta mi casa, es la única opción, cuadra por
cuadra miro los bancos de los parques, los andenes en las esquinas, nada. Algo
le paso, lo no sé, lo pienso. Reviso el celular cada minuto. Llego a la casa,
hay alguien en la puerta, la escucho gritar, es ella, veo su pelo rojo iluminado
por las lámparas de la calle, hay alguien en el suelo, corro. Llego sin aire a
la puerta de la casa y la miro, esta ella allí, golpeando a un sujeto que no
conozco, tiene las manos llenas de sangre y el tipo le pide que pare, no se ha
dado cuenta que estoy detrás de ella, grito su nombre, se asusta, le pregunto
qué pasa. Me responde:
-El malparido este me dijo que yo parecía una loca.
Se detiene. El tipo corre. No sé lo que pasa. La
miro, tiene las manos destrozadas de golpearle la cara al man. Parece que
vuelve en sí. Me mira, se acerca a mí y me abraza, me a un beso en los labios y
me coge una nalga, la miro confundido, sonríe, sonríe mucho, empieza a reírse.
-¿Por qué no estás en la fiesta? ¿Pensaste que me
iba a pasar algo o solo te aburriste de estar sentado en el sofá? – Me toma de
la mano- Vamos, aún debe quedar alcohol.
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