jueves, 24 de noviembre de 2016

Es de ti, Molly ¿La culpa?


La gente va y viene de la barra. Salen al balcón, prenden un cigarro y hablan con sus parejas mientras la noche pasa y la música resuena en las paredes del pequeño apartamento. No sé qué piensa la gente que arma estas cosas. Es estúpido en realidad pensar que un montón de personas desconocidas se relacionen en 70 metros cuadrados, como si lo pesado del ambiente nos hiciera más sociales o más humanos. 

Me fijaba en la puerta cada tanto para ver si ella aparecía de la nada, con el pelo rojo, el vestido negro que le gustaban tanto y las botas que le hacían ver más ruda de lo que en realidad era.
Saco el celular, busco su nombre y la llamo, el timbre varias veces y, correo de voz. Lo vuelvo a intentar, y luego, nada. Es normal en ella perderse, perderse de mí y del tiempo, no sé si está mal que la espere o simplemente no importa que me haga hacerlo, al final ella era la voz de la conciencia de ella. Las decisiones, las ideas y lo que importaba tenían en ella más razón que en mi cabeza, o eso creo.
Aun así, me gusta estar pendiente de ella, nunca sobrara una llamada de más para saber cómo se encuentra o si se ha metido en algún problema. No sería raro, la última vez que salimos discutió dos horas con una señora porque no le gustaba la forma en que su pelo se movía en el viento.
Sigo mirando a la gente, absorto a veces en sus conversaciones, a veces en la puerta. En el equipo de sonido improvisado suena “tú eres tú” de Willie Colón, las personas bailan entrelazadas y se mueven al ritmo de la música. Yo tarareaba de una forma extraña la canción y me acomodaba para dejar pasar la gente que intentaba escapar del tumulto para ir al baño o para ir a alguna de las habitaciones a disfrutar de las ventajas de conocer a un desconocido en medio de bastante alcohol. La puerta se abre de vez en cuando y entran parejas que saludan a la dueña del apartamento y se presentan aleatoriamente, de vez en cuando alguien me saluda aunque no sé si lo conozco o no, estoy acá por ella, ella fue la que insistió en que viniéramos, su amiga cumplía años y era una obligación de nosotros venir.
Pero ella era así, quizás solo quería hacerme pasar un mal rato y luego reírse de sus amigas de cómo había pasado 3 horas sentado en un sofá mientras hacía “mala geta”. Eso es lo mejor, nunca puedo saber que es lo próximo que espera, es capaz de lo mejor y de lo peor, de armar el plan más truculento y retorcido de la vida con tal de poderse reír y luego olvidar todo por completo y llamar llorando por que no sabe en qué parte de la ciudad se encuentra. Cuando recién le conocía, me llamo asustada diciendo que estaba perdida, se puso histérica cuando le dije que le preguntara a la gente en donde se encontraba, al final en medio del llanto solo pudo decirme con voz de niña regañada, que toda la calle olía a café tostado. Luego de un rato pude pasarla a buscar a la 13 con Boyacá y estaba sentada a lado de una señora sin hogar, mientras jugaba con sus perros y se reían de algo que supongo tenía que ver con burlarse de mí. Se subió al carro, me miro mal y me regaño por haberme tardado tanto, prendió la radio y empezó a cantar, dos cuadras después me estaba consintiendo y preguntando sorprendida como había adivinado donde estaba.
Es rara, ya lo sé, inestable, lo es aún más, es difícil estar a su lado, aunque lo vale. Sonríe como nadie, aunque sea difícil hacerla sonreír. Vuelvo a mirar el celular, 2:06 de la mañana, ya es demasiado tarde, quizás no vendrá. Me levanto del sofá por primera vez en la noche, camino hacia donde se encuentra la dueña del apartamento y le pregunto si sabe algo de ella, me responde sorprendida que no tiene idea. Me despido, le digo que le escribiré apenas sepa algo de ella. Tomo mi chaqueta y salgo por la puerta que mire durante un par de horas, es extraño, ahora parece más grande, más pesada. La luz del pasillo, golpea mis ojos y me deja ciego por unos segundos, unos segundos que parecen largas horas, pasan en mi mente mil ideas sobre cómo esta ¿Y si en realidad le paso algo? Es una chica fuerte en verdad, yo soy un enclenque a su lado, aunque pese 20 kilos más. Aun así, tengo miedo, miedo de cualquier cosa, de la calle, de la noche, de la gente, de ella. Bajo lentamente las escaleras desde el piso 12, algo en mí no me deja salir y correr a buscarla ¿Dónde podría encontrarla? En su casa no está, su madre me respondió que hacia unas horas había salido, sonaba también preocupada, eso no ayuda.
Bajo hasta el primer piso, las piernas me duelen aunque eso no me importa, la puerta del pasillo se abre, puede ser ella, no lo es. Una señora de edad y el que parece ser su nieto entran – Buenas noches – Le digo. Me sonríe, sigue su camino. Salgo del edificio, salgo del conjunto. La Bogotá de la noche es casi tan rara como ella ¿Ahora? No lo sé ¿Voy a la policía? No lo sé.
Camino hasta mi casa, es la única opción, cuadra por cuadra miro los bancos de los parques, los andenes en las esquinas, nada. Algo le paso, lo no sé, lo pienso. Reviso el celular cada minuto. Llego a la casa, hay alguien en la puerta, la escucho gritar, es ella, veo su pelo rojo iluminado por las lámparas de la calle, hay alguien en el suelo, corro. Llego sin aire a la puerta de la casa y la miro, esta ella allí, golpeando a un sujeto que no conozco, tiene las manos llenas de sangre y el tipo le pide que pare, no se ha dado cuenta que estoy detrás de ella, grito su nombre, se asusta, le pregunto qué pasa. Me responde:
-El malparido este me dijo que yo parecía una loca.
Se detiene. El tipo corre. No sé lo que pasa. La miro, tiene las manos destrozadas de golpearle la cara al man. Parece que vuelve en sí. Me mira, se acerca a mí y me abraza, me a un beso en los labios y me coge una nalga, la miro confundido, sonríe, sonríe mucho, empieza a reírse.
-¿Por qué no estás en la fiesta? ¿Pensaste que me iba a pasar algo o solo te aburriste de estar sentado en el sofá? – Me toma de la mano- Vamos, aún debe quedar alcohol. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario