martes, 22 de noviembre de 2016

Vamos a respirar, luego la cena.


Tome el celular y empecé a buscar su nombre. Los dedos me temblaban y el aire helado se metía entre mi chaqueta. Aun se veían algunas gotas caer en los charcos formados en la calle. Pasaba y pasaba nombres, luchaba por hallarle. El ruido de los autos que se detenían a reponer gasolina se confundía con el de las últimas gotas y el de la gente que salía de la pequeña tienda después de comprar alimentos o lo que sea que necesitaran para proseguir su viaje. Yo seguía allí, sentado, solo, absorto, viendo como la gente iba y venía, gente que en realidad no importaba, importaba ella y aun no podía encontrarle.

-Ese tipo lleva ahí sentado como una hora. Escuche que le decía una señora de cabello blanco y que no dejaba de acomodarse la blusa, como si algo en sus flácidos y añejos pechos le molestara más que el mismo hecho de que fueran flácidos y viejos. Un muchacho que estaba junto a ella le decía que no me molestara, que tenía cara de estar enfermo, o triste. La señora me volvió a mirar, acomodo su ropa y temerosa se acercó y me toco un hombro.

-Mijo ¿Esta bien? Dijo con la voz entrecortada, tal vez por el frió o tal vez por la hora.
-Sí, gracias. Solo estoy esperando a alguien. Le dije sin mirarla a la cara.
-Bueno mijo, cualquier cosa avise.

La vi alejarse después y volver a acercarse al muchacho, aunque ya no pude escuchar que decían sobre mí. Me distraje por un segundo en las luces de los carros que pasaban por la gasolinera ¿Qué pasaría con ellos? ¿Por qué viajarían a esta hora? ¿A dónde irían con tanta prisa? Me puse el gorro de la vieja chaqueta sobre la cabeza y hundí mi cabeza dentro de mis piernas, por un segundo parecía que nadie más estaba allí, que solo éramos yo y la oscuridad, yo y el ruido de los neumáticos intentando encontrar agarre al pasar a toda velocidad, yo y mi necesidad de encontrarla.

Volví a revisar el revisar el celular. Nada. 5 minutos después. Una vez más. Nada ¿Qué pasaba? ¿Por qué no sabía nada de ella? Habían pasado 6 horas y yo seguía allí, mojado y adolorido, no podría moverme ¿Qué pasaría si ella llegara y no me viera? Le había confirmado la hora y el lugar, ella lo sabía, no me respondió pero lo sabía. Algo en mí no dejaba de pensar en que algo le hubiera pasado, intentaba callar las ideas diciendo que se había arrepentido, que había algo hecho malo y ella jamás aparecería.

Recordé las noches en las que la veía entrar al apartamento y me saludaba con esa increíble sonrisa; la primera vez que la bese frente a su puerta y como juguetonamente hizo que tocara sus pechos aunque yo apenas pudiera concentrarme en sus labios. Su piel suave, su cabello negro y como sus besos recorrían mi cuello cuando nadie nos veía. Siempre quise presentársela a mi madre, decirle que fuéramos algo más, que abandonara al idiota de su novio y se fuera a vivir conmigo, ella decía que sí, que haría lo que yo quisiera. En realidad lo hacía, cada vez que nos veíamos, lo hacía sin rechistar, lo disfrutaba mientras yo disfrutaba de ella.

Decidí irme, ya no importaba nada, ella no iría, sería estúpido pensar que en algún momento me habría amado tanto como para llegar a esa hora de la madrugada o para sospechar que yo estuviera aun allí. Camine por entre las calles mojadas, imaginando como estaría con su novio, como serian besados sus senos y como gemiría en manos de ese ser estúpido y grotesco. Respire. No quería imaginarlos más, no lo soportaba. Unas calles más adelante, me di cuenta que estaba deseando matarles, matarles a ambos. Primero a él, mientras ella veía, luego hacerle el amor, ya ese bastardo no existiría para alejarnos, ella estaría feliz, se abalanzaría sobre mí y haríamos el amor al lado de su novio muerto hasta que me corriera dentro de ella y así su cuerpo fuera mío para siempre.

Llegue al edificio, mis dedos dolían por el frio al intentar abrir la cerradura. Golpee cada puerta, pregunte a cada vecino si la había visto. Todos los desgraciados me decían que no, la ocultaban, la alejaban de mí. Sé que ella quería estar conmigo, lo sé, así todos me miren como si algo estuviera mal conmigo. Tenía que estar conmigo. Subí al apartamento, las lágrimas rodaban por mi cara y la sangre de mis palmas por apretarlas con demasiada fuerza. Mis padres me saludaron, los ignore.
-Sigue imaginando que la chica del 402, existe. Escuche decir a mi padre. Los odie, a todos.


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