Ya son más de 10 días y a pesar
de los miles de kilómetros que me separan de lo que consideraría mi hogar,
hasta hoy siento la presión de la distancia; aunque la duda y el dolor
mental no es si quiera por estar lejos
de mi familia, claro¡ extraños a mis padres; pero el problema pasa por la
soledad extrema, el miedo a enfrentarme a la sociedad y a los grupos; el miedo
a hablarle a la gente, ese mudismo selectivo que me ha hecho padecer toda la
vida y evitar las cosas, fallar en lo que me propongo y terminar solo y aislado
como hoy lo estoy.
Simplemente no sé cómo hablarle a
la gente, nunca lo aprendí; desde pequeño recuerdo cuando debía preguntar sobre
algo a algún desconocido, me sentía presionado, inundado por voces y personas
que si podían hacerlo, mis papas intentaban que yo saludara y preguntara con la
fluidez en que ellos podían hacerlo, no se daban cuenta que me temblaba la voz
y las lágrimas se mezclaban con la forma tartamuda y dispareja de mis palabras.
Pero ellos no tienen la culpa, tal vez nadie la tenga; ni siquiera yo a pesar
de llevar tantos años arrastrando todo esto.
Haberme criado en un pueblo fue
ayuda y desventaja, conocía a todos; no debía esforzarme por crear nuevos vínculos
y eso me hacía sentir cómodo, no debía enfrentar mi timidez, estando sentado
frente a la computadora y dejando que mi mayor interacción social fuera el
colegio. Nunca fui el mejor amigo de nadie, nunca fui ni he sido alguien que la
gente extrañe o recuerde con el tiempo, tal vez porque no tengo nada especial,
soy solo alguien más que camina por la calle, no fui el chistoso, ni el galán,
ni el número uno en los deportes, solo he sido alguien más.
Al principio tal vez no lo
notaba, pensaba que tal vez todos eran así en el fondo, y esperaba como todos
empezar a crear vínculos con la humanidad, pero pasaba el tiempo, los días seguían
transcurriendo y yo no encontraba la forma de encontrarme cómodo entre tantas
personas.
Siempre andaban de a dos, siempre
alguien tenía a su compañero y rodeaban el colegio en busca de un lograr donde
pasar los cortos ratos de ocio, con el tiempo me di cuenta que yo no era parte
de eso, ni de la amistad ininterrumpida; ni de pertenecer a algo, no me sentía parte
de eso, ni de nada; así que decidí pasar mis últimos días allí, durmiendo; o
fingiendo que lo hacía, para que nadie se diera cuenta definitivamente que me
encontraba allí, empezando a entender de que se trababa mi papel en esta vida.
De ahí en adelante todo a
transcurrido igual, la universidad y la vida como tal; en una esquina,
intentando esconderme, evitando las palabras de los demás, para así no
enfrentar mis miedos y mis temores a los rostros extraños que se muestran en
las caras de la gente, cuando observan que no sabes cómo responder a sus
preguntas.
Eso y muchas cosas más hicieron
que en mi se acre sentaran miles de ideas y de palabras, que recorren y se
transmutan en mi mente; al final todo consumado en una falta total de
confianza.
Y 18 años después, termine sentado
aquí, en callao 86; mirando a lo lejos las luces brillantes de la recoleta,
pensando sobre que palabras utilizar para contarle a un montón de desconocidos
mis inútiles quejas. Aquí vengo a explicarles todo esto, lo que me ha traído
hasta buenos aires, buscando respuestas en la soledad absoluta; intentando que
mi mente se esfuerce al máximo por sacarme de esta, o me termine de derribar aquí,
donde el sol sale más tarde que en el resto del mundo.
Al fondo de los viejos edificios
que rodean Bartolomé-mitre, veo salir lentamente el sol, y espero hoy encontrar
un ápice de consuelo, lejos de mi realidad; lejos de la noche bogotana. Lejos de
los que quiero y de los pocos que me quiere; y aun así, más cerca de mi propia
mente; en tus manos dejo mi destino Buenos Aires.
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