viernes, 17 de agosto de 2012

EXPERIENCIA EN LA TIERRA HELADA DONDE LAS LLAMAS NUNCA SE APAGAN



Ya son más de 10 días y a pesar de los miles de kilómetros que me separan de lo que consideraría mi hogar, hasta hoy siento la presión de la distancia; aunque la duda y el dolor mental  no es si quiera por estar lejos de mi familia, claro¡ extraños a mis padres; pero el problema pasa por la soledad extrema, el miedo a enfrentarme a la sociedad y a los grupos; el miedo a hablarle a la gente, ese mudismo selectivo que me ha hecho padecer toda la vida y evitar las cosas, fallar en lo que me propongo y terminar solo y aislado como hoy lo estoy.

Simplemente no sé cómo hablarle a la gente, nunca lo aprendí; desde pequeño recuerdo cuando debía preguntar sobre algo a algún desconocido, me sentía presionado, inundado por voces y personas que si podían hacerlo, mis papas intentaban que yo saludara y preguntara con la fluidez en que ellos podían hacerlo, no se daban cuenta que me temblaba la voz y las lágrimas se mezclaban con la forma tartamuda y dispareja de mis palabras. Pero ellos no tienen la culpa, tal vez nadie la tenga; ni siquiera yo a pesar de llevar tantos años arrastrando todo esto.

Haberme criado en un pueblo fue ayuda y desventaja, conocía a todos; no debía esforzarme por crear nuevos vínculos y eso me hacía sentir cómodo, no debía enfrentar mi timidez, estando sentado frente a la computadora y dejando que mi mayor interacción social fuera el colegio. Nunca fui el mejor amigo de nadie, nunca fui ni he sido alguien que la gente extrañe o recuerde con el tiempo, tal vez porque no tengo nada especial, soy solo alguien más que camina por la calle, no fui el chistoso, ni el galán, ni el número uno en los deportes, solo he sido alguien más.

Al principio tal vez no lo notaba, pensaba que tal vez todos eran así en el fondo, y esperaba como todos empezar a crear vínculos con la humanidad, pero pasaba el tiempo, los días seguían transcurriendo y yo no encontraba la forma de encontrarme cómodo entre tantas personas.

Siempre andaban de a dos, siempre alguien tenía a su compañero y rodeaban el colegio en busca de un lograr donde pasar los cortos ratos de ocio, con el tiempo me di cuenta que yo no era parte de eso, ni de la amistad ininterrumpida; ni de pertenecer a algo, no me sentía parte de eso, ni de nada; así que decidí pasar mis últimos días allí, durmiendo; o fingiendo que lo hacía, para que nadie se diera cuenta definitivamente que me encontraba allí, empezando a entender de que se trababa mi papel en esta vida.

De ahí en adelante todo a transcurrido igual, la universidad y la vida como tal; en una esquina, intentando esconderme, evitando las palabras de los demás, para así no enfrentar mis miedos y mis temores a los rostros extraños que se muestran en las caras de la gente, cuando observan que no sabes cómo responder a sus preguntas.

Eso y muchas cosas más hicieron que en mi se acre sentaran miles de ideas y de palabras, que recorren y se transmutan en mi mente; al final todo consumado en una falta total de confianza.

Y 18 años después, termine sentado aquí, en callao 86; mirando a lo lejos las luces brillantes de la recoleta, pensando sobre que palabras utilizar para contarle a un montón de desconocidos mis inútiles quejas. Aquí vengo a explicarles todo esto, lo que me ha traído hasta buenos aires, buscando respuestas en la soledad absoluta; intentando que mi mente se esfuerce al máximo por sacarme de esta, o me termine de derribar aquí, donde el sol sale más tarde que en el resto del mundo.

Al fondo de los viejos edificios que rodean Bartolomé-mitre, veo salir lentamente el sol, y espero hoy encontrar un ápice de consuelo, lejos de mi realidad; lejos de la noche bogotana. Lejos de los que quiero y de los pocos que me quiere; y aun así, más cerca de mi propia mente; en tus manos dejo mi destino Buenos Aires.

No hay comentarios:

Publicar un comentario