El marco del vidrio se tambalea flojamente al
resistirse al vaivén incesante de la brisa, esa brisa matutina de diciembre que
me dice que ya son las siete de la mañana y que el café estará esperándome
cuando suba a la cocina. Oscuro, espeso y con tres cucharadas exactas de
azúcar, siempre está allí, exactamente a la misma hora, cada día de cada mes, excepto
uno, el día de mis cumpleaños, ese día ella desaparece para volver como si no
yo no notara su ausencia durante el resto de la tarde, ese día me levanto más
tarde, no tomo café y no respiro de la misma manera porque el aura de sus
pensamientos no me acompañan, ella se encuentra sumida en su propio éxtasis, no
porque sea mi cumpleaños. No, no es eso. Ese día ella revive.
-te presento a Laura, le dije con mi típico tono de voz sumiso y
entre cortado, producto de la timidez y la falta de aptitudes sociales,
detalles que me quedaron después de pasar toda mi vida en un oscuro agujero,
dedicado a escribir columnas con un nombre falso y a beber la cerveza que me
enviaban desde el Market que se encuentra a unas calles de aquí; allí el
administrador, lector y conocedor de mis columnas, que más que columnas eran
cuentos cortos sobre la vida misma y la psicología del ser humano, se
congraciaba conmigo y dejaba cada semana treinta y dos cervezas, cada una
contada y revisada por el mismo; y así, también esperaba atentamente los veinticinco
dólares que a los seis minutos pulcramente caían por la pequeña rendija de la
ventana del sótano que daba a aquella gris y milimétrica calle, daba catorce
pasos hasta la vieja y roída Honda 100, golpeaba un par de veces sus zapatos
contra el suelo, como cuando un niño desea despegar hacia la luna, daba una
patada a la palanca del encendido y con un seco pero sonoro sonido proveniente
de ese ya antiguo motor de dos tiempos salía a recorrer una carretera que yo
veía a lo lejos, pero que jamás fui capaz de caminar, ni tan solo de
imaginarla.
Allí me encontraba yo, pretendiendo presentarle mi
novia a aquellos que pasaban por la calle y apenas notaban mi existencia
superflua y pasajera. Pensaba en lo irónico del mundo, en la relación de la
soledad con las calamidades inesperadas, pensaba en que hacía en esa acera
mostrándole al resto de la humanidad que tenía vida y que estaba dispuesto a
afrontarla, incluso que alguien había logrado sentir algún tipo de afecto hacia
alguien que no recordaba en que momento había decido enfrentar a la raza, de
los holas hipócritas y de las filas inimaginables.
Pero a pesar de mi intensa necesidad de respuestas,
mi mente las negaba, no recordaba cómo ni porque estaba aquí, que motivos tan
fuertes me había sacado de un lugar donde había trascurrido toda mi vida, donde
cada movimiento que daba estaba calculado, ese lugar que había elegido para
llevar mi vida como un rito, como un culto a una soledad que sufría pero que
amaba, a la única realidad que conocía y que me permitía imaginar una
existencia en esta dimensión.
Que poder había podido generar ese cambio
inimaginable, que a pesar de mi estupor era real, eran tan real como el viento
que sentía o la luz del sol que se colaba por los cabellos de Laura. Ella. Tal
vez esa mujer que me besaba y se abalanzaba hacia mi cuello con una alegría y
una emoción exacerbada era la respuesta.
Esta allí sentada con su pelo rojo brillando cegadoramente,
no es largo, apenas llega a su cuello y me doy cuenta que incluso yo lo llevo más
largo, tampoco es alta, llega sin dificultad a mi boca y eso le da un aspecto
tierno pero también de chica mala, una rockstar frustrada pienso, y me siento a
detallar cada parte de ella sin el menor escrúpulo, al fin y al cabo es mi
novia, no sé, que significa eso, pero en lo poco que he descubierto en este
día, he llegado a imaginar que pensar en alguien hace parte de ese contrato
social. Yo, a pesar de recién tener conciencia de este nuevo mundo, ya la
pienso, aunque este a menos de un metro de ella.
La miro directo a sus profundos ojos, están llenos
de vida, brillan incesantemente y en mi mente me pregunto cómo vera ella los
míos, se da cuenta de mi mirada triste y perdida y camina hacia mí, me besa
suavemente y descubro por un momento que tal vez eso fue lo que me hizo salir,
el sabor de sus labios es magnífico, el calor de su cuerpo abrazándome es
intimidante pero inmensamente reconfortante, se detiene y me mira a los ojos
mientras le sonrió y vuelve a las andadas entre la multitud que nos rodea.
Detengo el tiempo mientras la observo, mientras
medito en cada centímetro de su cuerpo, en sus labios finos y marcados, su
cuello largo, sus orejas perforadas, en su pelo, ese pelo que me sonríe, sigo
bajando y me doy cuenta por primera vez
que a través de su ropa holgada y des complicada se encuentra un hermoso
cuerpo, tal vez no con el biotipo de la mujer hermosa occidental, algo más
japonés. Senos pequeños pero
perfectamente ubicados, suaves caderas que se acomodan perfectamente a sus
jeans rotos.
Ella camina entre la multitud saludando jugando con
los pequeños de la señora Gómez, no sé cómo llegue a saber que ese era su
apellido, incluso que aquel par de chiquillos de no más de ocho o nueve años
eran sus hijos, pero lo sé. Como también sé que su esposo murió hace un par de
años y que la vecina de al frente, una anciana que siempre utilizaba los mismos
vestidos negros, como si su vida fuera un luto constante; es quien cuidaba de
sus hijos. Me desconcierta conocer todas estas cosas, a mi mente llegan
nombres, parentescos, historias, secretos y confesiones que nunca he escuchado. Mi mente se niega a responder, a darme la
información que yo a regañadientes le pido sobre mi pasado reciente. Como los
trabajadores de la planta de aceros a las afuera del pueblo, se ha plantado en
una huelga interminable, mi memoria no responde más allá de su propia voluntad.
Al final me rindo al ejercicio de luchar contra mi
abnegada memoria, es de sobra notable que jamás recordare todos esos momentos
de los cuales estoy seguro no haber vivido ninguno nunca, pero al fin y al cabo ya estoy aquí. Supongo
que esta es mi gente y yo por fin hago parte de algo, del amor que teóricamente
siento por Laura, el que ella siente por mí y del cariño que aunque
desconocido, siento que recibo de la gente, es intimidante. Me tomo un par de
minutos, miró fijamente la cerveza que tengo en la mano derecha, como quien
busca respuestas en el alcohol aun siendo consiente que este solo genera más
preguntas y que no hay fórmula más brillante para incentivar el mal de la
imaginación humana como el alcohol, luego; me uno los saludos cordiales y accedo
a las invitaciones de los niños para atrapar el balón que rueda libremente por
el césped
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