La luz de la gasolinera se mece con el viento de la
costa, su cuerpo yace junto al mostrado, tendido y sin apenas señales de vida;
en su rostro no se ve sensación alguna, simplemente está allí, allí durante
toda su vida.
En su rostro se ve el deterioro del tiempo, y en las
pocas partes donde la mugre no asedia su piel, la sangre pútrida y descompuesta hace presencia, para
combinarse con sus pocas prendas; roídas y malhechas por el paso del tiempo y
de esta cruel ciudad.
Todo esto, más de aquello; la injusticia que
determina cuando un carro decide frenar ante ti y no arrollarte, hacen que para
a el mundo, seas un loco; aunque seas mucho más cuerdo que cualquiera de ellos.
Esta es la historia de quien aquellos llamaron loco,
del sujeto que personifica esa mitológica frase de mama “éntrate que te regalo
al loco”. Ignorado por el destino, por la vida misma, que se ha encargado de
despreciarlo y renegar de su existencia.
Allí, en la misma posición donde hace más de 40 años
nació, 40 años dedicados a recorrer los caminos de esta ciudad, una ciudad que
conoce mejor que a su cuerpo, en el cual a diario aparecen cicatrices y heridas
que no recordaba tener o que pensó se habían sanado hace mucho aunque solo se encontraran ahogadas en el barro que
utiliza para espantar las moscas.
Mucha vida para alguien que debió morir incluso antes
de nacer, o perecer por una bala o un cuchillo, pero allí esta, tal vez porque
desde que respiro por primera vez aprendió a ser invisible para el mundo, a
sobreponerse al dolor de ser ignorado a propósito por aquellos que pasaban por
su lado, incluso a sus palabras ya sus suplicas; pero también a quienes
intentaban ayudarlo ahora que su alma estaba perdida, pero que no repararon en
caminar más rápido o evitar cruzar a su lado cuando era un pequeño de no más
tres años caminando por estas mismas calles que recorremos a diario.
Nadie se inmuta a su paso, es una extensión del gris
de la ciudad, un apéndice inútil pero vital, es lo que la mantiene viva, es el único
que ha visto pasar los años a través de las paredes de piedra; el único que aún
recuerda cada secreto de la ciudad sin importar que tan oculto o ignorado este.
Es su misión aprender cada calle, cada rostro y cada
movimiento sin que el resto de la humanidad se entere, para que el día en que
ellos olviden quienes son y por qué se encuentran desnudos y al borde del
colapso, él se desprenda de la pared que lo oculta y los enseñe donde y como se
debe vivir. Para sobrevivir 40 años cuando debiste morir al primer día.
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