-¿Un perro
llamado Cosito?
-sí, Cosito.
-Un nombre
mediocre y falto de carácter.
-no importa, se
llamara Cosito.
Así empieza
todo, un camino a las 3 de la mañana, un perro y la mujer que deseas; porque no
será fácil vivir, si tienes una chica y a un perro callejero pasando
casualmente por aquella calle para cuidarte ¿algo no me deja dormir entonces?
Sentir en la
planta del pie, cada cambio en la textura del piso; sentir el viento helado
convertir cada centímetro de tu piel en hielo antártico. Todo mi cuerpo se retorcería
por el frió si no te llevara de la mano, o si no te escuchara hablar. Pero esta
no es la historia de mi obsesión por tu mente, esta historia es sobre un perro.
De pelo oscuro;
sucio y grasoso; flaco y de mirada triste; todo eso era Cosito, pero más allá
de cómo era, lo importante era quien era, un solitario, eso era, Igual que yo.
Caminaba a
saltos largos, se detenía a observar el mundo con una mirada de desinterés muy
propia de mí. Era yo hecho perro, y aunque siempre me he visto rodeado de
caninos guardianes cuando borracho por calles peligrosas voy, Cosito
representaba algo más, tal vez porque veía todo esa noche de una manera más
profunda. Tal vez porque esa noche deje mis prejuicios y me dedique a amar,
pero Cosito era más que cualquier perro, aunque no lo volviera a ver nunca, logre
saber, todo el representaría.
La oscuridad de
esa noche solo podría compararse con la de mi alma, era la hora de la realidad
bastarda, una noche donde la humanidad se haría mía a pesar de la psicosis. Nada
en este mundo, ni en los que me he inventado podría llegar a ser un impedimento; era nuestra noche, nuestra vida,
pero me dormí. Tal vez fue culpa del alcohol recorriendo en exceso mi torrente sanguíneo,
temí por mí. No eran suficientes los actos ni las palabras de un mísero humano para
merecer todo esto, para poder recorrer estas oscuras calles, estas calles que
me llevaban a tu vida, a tu pecho
desnudo bajo mis brazos. Volví a sentirme solo en medio del universo a pesar de
tenerte fuertemente apretada de mi mano.
Y allí, cuando
el miedo se apoderaba de cada centímetro de mi cerebro, de mi ser y de todo mi espíritu.
Apareció aquel perro de pelaje sucio y un curioso bigote gris. Jugo conmigo
aunque jamás lo había visto, me olfateo, la olfateo a ella, nos miró
profundamente, nos miró como si tratara de asegurarse de que nosotros éramos
nosotros, y no una fantasía sideral, fantasmas producidos por las auroras
boreales o por la marihuana recorriendo nuestros sangrantes pulmones.
Caminaba entre nosotros,
tratando tal vez de ser parte de lo que somos, o de lo que fuimos esa noche. Apuraba
el paso y se detenía en la esquina, veía hacia todas las direcciones, supongo
que buscaba cualquier cosa que representara para nosotros una amenaza. Cuando alguien
pasaba al otro lado de la calle, se acomodaba a nuestro lado y caminaba a
nuestro ritmo, mientras su nariz atenta esperaba cualquier cosa que pudiera
suceder, buena o mala.
Y así, así como camino a nuestro lado más
de 3 kilómetros, así como saltaba emocionado cuando alguien por fin aceptaba
jugar con él, sin importar si olía mal o si las pulgas poblaban gran parte de
su cuerpo, así me siento yo a tu lado. Luego al ver que llegábamos seguros a
nuestro destino, se giró, nos miró por una última vez, y se fue a buscar un
nuevo mundo.
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