Ayer te cante palabras amarillentas en un vacío alto, sobre un rio que viajaba cuesta arriba. Ayer
querida Valeria, dijiste que mis palabras eran la carroña de pequeños pájaros
subterráneos. Cuando enfundaste en tus pies aquellas medias metálicas, mis
sentidos se entregaron al éxtasis de ver autos pasar, y tú sin más, disfrutaste
de ver como el mundo ser burlaba de mis roídos pasos, solo te dignaste a decir:
- Tus palabras solo huelen a la basura que llovió ayer, tu locura
se puede ver en la planta de tus pies ¿y aun así tienes el descaro de que la
vergüenza se vea en tus pantalones?
-¿A qué te refieres? Mis palabras son tan cuerdas como el
movimiento de la cola de tu perro. Tu perro es el culpable de todo y lo sabes,
él es quien canta en las madrugadas ese olor a galletas recién pescadas.
- ¿De qué escuchas? Psidelo, psidelo en tus pantalones grasosos por
el viento, deja de juzgar al pobre Vicent Phillip máximo III. Es tu culpa el no
calentar el agua con la nieve de aquel parque en medio del desierto; todo es tu
culpa.
-¿A quién le hueles con esa boca? ¿Psidelo? Mujer loca y demente,
eso es lo que te ha dejado jugar ajedrez aéreo todo este milenio, te has
convertido en la demente de los tintos sabor a desgracia. Tú y solo tú tienes
la culpa de todos los achaques de nuestro viejo cuaderno de historias y por
favor, dile a tu perro que deje de oler mis pensamientos.
-¿Es este el dolor del viento al ser detenido por un rascacielos?
¿Es este el dolor del mal al no poder destruir el mundo? ¿Es este tu destino?
-¿El tuyo o el
mío?
-¿acaso hablo con tu nariz? El del perro claro está. ¿o acaso estas
ebrio por la estupidez?
-Adiós mujer
demente, cuéntale esta historia a las piedras del camino.
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