Recuerdo como podía escribir sobre mi odio al mundo,
recuerdo como cada palabra salía para intentar herir a todo aquel que alguna
vez me había relegado a un plano mísero e irreal; recuerdo como llore sentado
en aquella esquina maldiciendo cada ser viviente del planeta, ahora me pregunto
¿Por qué ya no puedo hacerlo?
Esta sigue siendo la misma sociedad de ratas, de
bastardos, de hijueputas. ¿Tal vez yo sea quien ha cambiado? Me he vuelto más
blando, más normal. Curiosamente sigo teniendo los mismos odios, miedos,
prejuicios y dolores, entonces ¿Qué es lo que está mal?
Siguen existiendo quienes se creen artistas del
renacimiento por leer a coehlo, fotógrafos mágicos y astrales por tener una
nikon, teóricos de las costumbres humanas por decirle barroco a todo, rebeldes de
la realidad por tatuarse hasta la punta más recóndita del culo…
Todos no dejan de ser unos miserables seres, que buscan
en objetos con representaciones fálicas o en maestros de vender basura, todo
aquello que les falta en el lugar donde deberían cargar un poco de materia
gris; de esto está hecho el mundo, de incomprendidos que nos e comprenden, de rebeldes
que viven en la casa de sus padres, de mujeres rudas que no pasan de ser una
bola de ternura; de hombres con penes pequeños que necesitan saciar sus ansias
sexuales y cargan lentes fotográficos más grandes que el susodicho pene.
Pero
más allá de todo eso, ¿Quién soy yo para juzgarlos? ¿Quién soy yo para creerme más
que ellos? Si al fin y al cabo, he caído en cada una de sus trampas, he
comprado cada cosa que me han vendido y sigo aquí, intacto, y curiosamente
igual de solo, igual de triste, igual de puto.
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