Necesitaba
escapar de la tranquilidad absurda que su casa de soltero le presentaba y tomo
el primer autobús que paso. En él, la gente se apeñuscaba para intentar
respirar algo del aire fresco que se colaba por las pequeñas ventanas. Cerca de
una de ellas, camuflada entre la multitud de corbatas y sacos, se percibía el
ambiente de una cabellera multicolor, una presencia que reñía contra el gris
entorno que demandaba el momento y hasta el clima.
Se
detuvo un momento frente a ella, en un absurdo intento por pasar desapercibido,
hizo algún tipo de ejercicio mañanero, que no resultaba de ser curioso de ver
en la mutad de un autobús abarrotado de gente. Pero a él no le interesaba lo
que la multitud pudiera pensar, se decía a si mismo que aquel pelo multicolor y
aquellos tatuajes en los brazos se asemejaban a las figuras que las botellas le
inspiraba y que lograban darle la cordura que a diario buscaba.
Se
detuvo uno a uno en cada hebra de cabello, en el azul claro y el dorado oscuro.
En la muñeca japonesa de su hombro izquierdo y en cada detalle que podía
encontrar.
Al
llegar a su casa, bebió, no recordó nada. Pero su cordura le dejo curiosamente
un cabello dorado oscuro.
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