“La vida
es una broma, solo que tú vas a llegar al final del chiste... antes”
The Joker.
Batman No man´s land
La tormenta finalmente cede. Aquí yace un cuerpo
inerte, pútrido. En sus cadavéricos ojos se ven rebotar las gotas, y en los
charcos su sangre se mezcla con los ríos de aguas negras. Aún sus músculos se contraen, aún el dolor se
transporta por sus venas mutiladas, aún se siente cada golpe y cada herida. Aunque
él ya esté muerto, todo se siente aún.
El dolor se eleva y se mezcla con el aire. El gris
de la mañana se ve negro alrededor de aquel cadáver. Los perros ya se acercan. Las
aves de carroña vuelan en bandadas inimaginables en medio de la ciudad.
Buitres, águilas, cóndores, azores, gavilanes, alcotanes, esmerejones y cernícalos
se agolpan alrededor de aquel cuerpo. Todos luchan. Entre perros, aves y uno
que otro gato callejero. Su piel es rígida como el hierro, sus ropas son
murallas infranqueables. Un apocalipsis animal se congrega con una devoción
casi fanática.
¿Y la gente? Hay un cadáver en el suelo, un millar
de pájaros negros en el cielo. ¿Y la gente?¿no se inmuta?¿no se asusta?¿no se
conmueve? no. Si te detienes por un instante entre la sangre de aquel cadáver,
las luces que se apagan por la llegada de la madrugada en la carrera séptima y
la multitud de pies que pisan la carne, puedes oír como desde el mismo infierno
Satanás pronuncia un par de ¡por fin! y uno que otro ¡eres mío, siempre lo
serás!
La gente con mil voces en la calle se pregunta si
el día esta oscuro por la lluvia, o si la contaminación nos ha traído aquel
cielo ennegrecido. ¡IDIOTAS!¡BLASFEMOS!¡MALPARIDOS TODOS! No soporto el dolor
de cabeza al ver aquel circo delirante. Muchos pies, envueltos en zapatos
negros como sus almas, como la mía, como la vida, negra. ¿Los
escuchas?¿entiendes sus palabras?¿qué dicen?¿puedes decírmelo?¿no? Pues tan
malparido eres tu como los son todos ellos, como mi cuerpo lo es, y como el
destino divino nos dicta serlo.
- Dejen todo, detengan la prensa.
- Aquí estoy, en el
piso. Aquí estoy, camuflado en el asfalto.
Palabras ajenas al tumulto de la humanidad. Gritos
inconexos, aleatorios, mórficos y mutables.
Yo solo observo desde lo alto de un
edificio. Escucho todo tan claro. Tan expresivas aquellas suplicas. Todo llega
a mí, a mi espíritu, llego incluso a sentir lo negro de su pena y su dolor.
Las lágrimas, la soledad de la muerte. La fuerza
que se va, en cada palabra y en cada intento de respirar con calma. La gente en
la calle, la soledad de la muerte.
Respiro, trato de no distraerme en
la oscuridad de las aves o en la multitud desesperante de ropas y maletas
inanimadas. El dolor de cabeza se hace más fuerte. Sin moverme bajo corriendo
las escaleras de aquel edifico de miles de ventanales. Mis piernas no se
mueven, pero puedo ver las oficinas, las escaleras, los baños, las mentes, las
vidas, y por fin la calle.
Camino, mi conciencia vuelve, confusión. Dolor. En un instante veo los pies sobre mí, las aves
cayendo en picada en busca de la carne. El olor a descomposición saliendo de mi
ropa. Los perros corriendo de un lado a otro, peleando por mis huesos, desde el
más grande al más ínfimo.
Y sí, todo empieza a tener sentido. Ya sé porque
escuche a Satanás, ya sé porque sentía el dolor de aquel muerto. Ya sé que
aquel cadáver, era el mío.
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