"Dije
que la vida era una broma, no que la broma tuviera gracia". –The
Comedian - Watchmen
Las lunas de Argón ya le daban un saludo tétrico
al día. Ana se despertaba al ver por los cortos centímetros de su ventana, los rayos
azules del primer sol del día. No habían pasado muchos años cósmicos desde
aquel momento que marco la vida de esa pequeña.
Los reinos de la periferia, todos aquellos
planetas que ya con los años no dependían de la Fundación, empezaron a perder
el rumbo. No quedaba esperanza, ni en la ciencia, ni en los comerciantes, ni en
que el imperio retomara el curso perdido hace más de dos milenios.
La enciclopedia y la fundación, era mitos que se contaban
a los niños con miedo del futuro. Los abuelos que aun podían volar sus roídas
naves, contaban los míticos encuentros que tenían con los renacentistas, y como
sus magnificentes cruceros estelares se encargan de reprimir cualquier intento
de sublevación.
Pero ya no eran esos días, ya Trantor era tan solo
un montón de basura. Ya no existían los monumentos a Hari Sheldon. Ya nada era
lo que se esperaba, en esta parte de la galaxia.
Ana se levantaba con la poca fuerza que varios
días sin una comida decente pueden dejar. No se vestía hasta ya llegado el
tercer o cuarto sol, al fin y al cabo su vida estaba dedicada a escribir y el
contacto con el resto de los inconexos no era necesario. Ya no necesitaba salir
de aquella habitación apenas más grande que una celda. Le gustaba su desnudez.
Sus pechos desnudos le daban un aire a las guerreras de las lunas de Murdio. Le
gustaba sentir el rose de su piel con el frio de las cosas, le gustaba sentir
como las gotas del licor de pimienta escapaban de sus labios y corrían
pícaramente por sus pezones y sus piernas.
En la habitación de al lado se escuchaban a un par
de jubilados que dedicaban sus vida a reproducir en sus memorias, las viejas
épocas. Discuten en una mezcla rara de algunos “me escuchas” y varios
desentonados “el consejo lo habría hecho mejor ¿Me entiendes?”. Todo esto le
recordaba que tal vez si ese día se hubiera quedado en su casa, tal vez todo
estaría mejor, tal vez habría podido
llegar a ser la gran mujer que Carlo habría esperado que fuera.
Se levanta por fin y en el coro celestial de los
jubilados gritando, se escuchan las alarmas de la ciudad. Ahora lo entiende,
esta maldita ciudad se alarma porque mi pereza no les deja leer los anuncios
del día, eso repite en su mente. A pasos lentos se mueve a través del caos que
reina en la habitación. Sus pezones se marcan en la cota de carbono que cubre
su armadura, y sus piernas ya no entran en las gastadas botas militares.
La gente alarmada corría por los viaductos que
conectaban Riora con la capital federal. Las grandes murallas se alzaban varios
kilómetros sobre las planicies gastadas y salvajes del planeta. Las naves de
batalla despegaban en un ballet bélico y sexual desde las paredes agrietadas de
las montañas Mur.
Con su mirada al cielo y su arma ya enfundada,
solo debía intentar comer algo. Hacia varios días que su dieta solo consistía
en alcohol, alcohol que no lograba emborracharla, ni hacerle olvidar que sabía
que este día llegaría. Pero no, su estómago ya no resistía algún objeto solido
bajando por su esófago, ella lo sabía. El ultimo sorbo de licor de menta y una
puerta que debía cerrar para enfrentarse a los destinos que este decaído
planeta le demandaba, Una puerta que se cerraba por última vez.
Ya era hora, era el día en que debía
enfrentar que este planeta era suyo aunque no lo quisiera. Era el momento de
reconocer que un pueblo la había elegido a la fuerza. Era el momento de luchar
contra una nueva invasión, contra una nueva crisis Sheldon. Pero esta vez, esta
vez era ella quien la enfrentaría, y no dejaría que se repitieran los hechos
que marcaron su vida hace 10 años.
(Basado en la trilogía Fundación de Isaac Asimov)
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